Fecha de publicación: 14 de marzo de 2025

ENTRE RISAS Y MAICENA

Como es costumbre en Barranquilla, el sol caía a plomo sobre las calles polvorientas del barrio La Victoria, haciendo que el pavimento ardiera bajo los pasos de los transeúntes. Eran casi las once de la mañana de un domingo de Carnaval y la ciudad ya era un delirio de música; se sentía como si la fiesta estuviese en su máximo esplendor y la maicena suspendida en el aire, como un conjuro invisible que embriagaba a propios y extraños. La brisa, cómplice de la fiesta, traía consigo el eco de tambores que aún no habían empezado a sonar, pero que parecían retumbar en los huesos de quienes caminaban por las esquinas decoradas con guirnaldas y banderas de todos los colores.

Fue en medio de ese espectáculo de júbilo donde encontramos a John Monterroza, refugiado bajo la sombra de una casa vestida de fiesta, como si la misma fachada tuviera alma de cumbiamba. Allí, con la paciencia de quien conoce los secretos del carnaval, se preparaba para dar vida, una vez más, al personaje que por décadas ha arrancado carcajadas y dejado estelas de alegría en cada rincón de la ciudad: el payaso Guayabita.

Su historia, tejida entre risas y sudores de febrero, es la de un hombre que entendió que la felicidad es un arte y que el Carnaval es mucho más que cuatro días de desenfreno: es un mundo aparte, con sus propias leyes, donde los reyes van disfrazados de payasos y los payasos son más cuerdos que nadie.

Al entrar, sus paredes nos transmitían una energía desbordante, que nos confirmó nuestras sospechas: estábamos a punto de sumergirnos en una historia, en un legado, de alegría y tradición.

“Bueno, mi nombre es John Monterroza, popularmente conocido como Guayabita Espectáculos”, dice con un brillo en sus ojos, como aquel que no teme a presentarse con orgullo porque sabe que sobre su nombre cae un peso gigante llamado éxito. “El nombre de Guayabita proviene de apodo; como buen costeño que somos, ese apodo viene desde niño. Y a raíz de mis actividades que comencé desde niño, lo metí en el cuento de primero. Comencé a organizar bailes y ahí puse Guayabita Espectáculos. Porque ya tenía un apodo, era un apodo chévere porque me ponían Guayabita porque soy blanco y rojo. Y la guayaba es blanca y roja, así todo eso. Y mis hermanos también son iguales que yo, entonces nos decían los guayabitas. Y yo dije: “Bueno, Guayabita Espectáculos”, y ahí nació Guayabita”.

Mientras conversábamos con él, nos dimos cuenta de que su vida siempre ha girado en torno al carnaval, pues creció en un barrio donde las fiestas populares son la esencia de la comunidad, y fue allí donde nació el carisma que tanto lo caracteriza hoy en día.

“Desde niño me gustó esto”, “hacía los bailes y dije voy a aprovechar; eso sí, mi primer disfraz fue de mimo, porque también me gustaba Charles Chaplin y como yo tenía ese don de hacer reír desde niño en el colegio, en la escuela, entonces esa fue la decisión de algún día. Hice mi primera presentación, ahí fui cogiendo, ahí fui cogiendo y los años te hacen a ti lo que hoy en día soy”. Como el mismo John dice, el tiempo lo fue convirtiendo en lo que realmente sería su vocación, como si la cultura, la tradición y la gente lo hubiesen bautizado, para que por su ADN recorriera toda esa pasión que tiene por su labor. “Fui mimo, fue mi primer disfraz, pero lo utilizaba en los bailes; en los carnavales lo utilizaba para mamar gallo, pero no, lo que más quería era ser payaso”.

La casa de Guayabita es un santuario del carnaval; por sus paredes recorre la inmemorable historia, fotografías de sus presentaciones, sus hijos disfrazados, recuerdos de un legado que se ha conservado por medio del amor. Pero, a pesar de eso, hay un acontecimiento, un momento especial, que lo llena de mucho orgullo: el lunes de maicena.

“Este bazar tiene 47 años de estar realizando un bazar tradicional. Bueno, yo no lo comencé, lo iniciaron los vecinos míos. Yo desde niño lo veía”, “Este es un baile inmenso, este es un baile al que llegan muchas personas, más de tres mil personas. Viene gente de todas partes del mundo. Vienen franceses, vienen mexicanos, vienen gringos. Pues esto aquí es una locura… sanamente, chévere”.

El lunes de maicena es más que un evento; es como esa celebración familiar que une al barrio La Victoria en una explosión de alegría, misma que se ha vuelto más conocida en la ciudad, tanto así que hasta el mismísimo Joe Arroyo se paseó entre sus calles . Es tanto el fervor de la gente bailando, disfrutando y gozando que la cuadra de la Cra 10 con 45c1 fuera un solo corazón latiendo al ritmo del picó “El coreano mayor”, por una sola razón: el carnaval. Desde temprano, las calles se llenan de música, baile y maicena. Hasta que por fin llega la hora de prender el picó, esa turbina que se escucha por todos los alrededores, que al resonar hace marcar con pasión el rostro de quienes participan en esta fiesta. Para Guayabita, este bazar es un símbolo de unión y prima en él la verdadera esencia del carnaval, donde la gente va a reír, a bailar, a encontrarse con amigos, un día en el que olvidar los problemas es fácil y solo se disfruta.

Es imposible escucharlo hablar y no pensar en el impacto que ha tenido en su comunidad; no solo ha mantenido viva la tradición, sino que ha sido un punto de referencia para generaciones enteras. “La satisfacción propia, la satisfacción de sentirme contento de tener ese legado; también mucha gente me conoce por mi baile, por caer 3.000, 4.000 personas, porque, bueno, sí, eso es chévere, el carnaval es lo más lindo de Barranquilla”. Para muchos, volver a ver a Guayabita es como teletransportarse en el tiempo, recordar esas calles recorridas bailando en su comparsa. “Yo sé que muchos tienen desde niño; parece que de mí han pasado niños, y hoy en día son adultos . A veces yo voy a una parte y la muchacha me dice: ‘Tú eres guayabita, yo voy a ir en tu comparsa, tú eres bonito ya, tú eres chévere’. Son cosas maravillosas”.

Pero Guayabita no es solo Carnaval. Es esfuerzo, dedicación y amor por su familia; el mismo que organiza el bazar de Lunes de Maicena, en la carrera 10 en el barrio La Victoria, es el mismo que se levanta todos los días a vender tan exquisitas y famosas arepas de huevo y dulces, para poder sacar adelante a su familia de payasos. “Aquí también vienen de lejos, de San Isidro. “A comer fritos aquí, porque yo monto; vengan a comerse mi arepa y la gente sabe que mi arepa es sabrosa”.

Su voz se llena de orgullo cuando habla de sus hijos, quienes también han heredado su pasión por la alegría y la animación. “Tengo un hijo que tiene ese legado. Ya no está aquí, pero él también inició uno que se llama Guayabita Junior. El nombre de Guayabita también ya es un legado. Él está ahora mismo en Miami, y allá en Miami ya está también con el rendimiento de Frito y de organizar eventos. También, gracias a Dios, tengo ese legado de mi hijo”. Hoy, Guayabita no es solo un apodo, es una promesa de alegría que su hijo ahora esparce en otros territorios. Aunque la distancia los separe, el espíritu del Carnaval sigue vivo en cada evento que organiza, en cada carcajada y cada paso que suma a este legado.

Cada año, los desfiles siguen su curso, las comparsas avanzan y la música inunda las calles, pero eso no es lo importante, si no hay una huella marcada en la gente. “Es más, yo ayer vi el desfile de La 44 y el de La Guacherna; yo quisiera estar metido ahí, porque yo… ¡Guayabita, guayabita! El saludo: ¡guayabita, guayabita! Entonces eso llena más que el dinero. El placer, la satisfacción, porque verdaderamente uno no se lleva nada. Es más satisfacción lo que tú dejes en la tierra, que recuerden cuando al día que partas” el eco de las risas entre multitudes, el recuerdo de un payaso que convirtió la vida en una fiesta interminable. Y que seguramente, mientras el Carnaval siga latiendo, Barranquilla será testigo de aquel que ha dado la vida por su fiesta.

Nos quedamos con la imagen de aquel barranquillero, que va más allá del maquillaje y su vestuario, el de la fiesta sin fin, porque el carnaval no son solo esos cuatro días, sino lo que queda en los recuerdos de las personas los días restantes del año, riendo y bailando. La historia de Guayabita es sin duda una inspiración para aquellos que aún creen en la magia de la tradición; partimos de ese lugar, pero sabemos que el eco de su risa sigue resonando en las calles del barrio La Victoria, así como un compás que año tras año seguirá marcando el ritmo del carnaval de Barranquilla.

  • Mariana Galindo
  • Ana Muñoz
  • Juan Córdoba
  • Camilo Palacio
Ir al contenido